dissabte, 24 de gener del 2015

La hacedora

Ver todo y no ver nada. Saber que el cielo es azul pero no recordar el color de mi mirada. Estar siempre ahí, ahí afuera, riendo, hablando, bailando y corriendo pero no estar aquí, nunca estar aquí adentro. ¿Por qué es tan difícil esto de existir? Crees que lo estás haciendo bien, crees que todo corre su curso, crees que tus pasos son firmes, unas huellas perennes que pueden perdurar durante años en el asfalto. Pero de repente te das cuenta de que estás caminando sobre polvo, sobre un insípido y ligero polvo que es incapaz de dejar grabada tu huella. Entonces es cuando quieres mirarte, quieres pensarte y no encuentras casi nada porque el un soplo de aire ha hecho desaparecer el polvo. 

No sé por qué es tan difícil esto de ser. De ser, de sentir, de pensar y de hacer. Son muchas cosas. Ahora que las escribo me doy cuenta de que casi que es normal que cueste tanto. Ser. Sentir. Pensar. Hacer. Y vivir, faltaba, ¿cómo he podido olvidarlo? Vivir. Es lo esencial y ni siquiera lo recuerdo. Es que, quizás, para mí vivir significa la unión de esas 4 grandes cosas que son tan elocuentes y tan metafóricas a la vez. Y en lugar de intentar compaginar esas cuatro acciones, me centro en una, me centro sólo en una y la exprimo hasta que no le queda ni una gota de jugo. 

 
Entonces, al cabo de los años, voy a por otra, la estrujo, la seco, la mato y a por otra. ¿Qué soy, entonces? ¿Una estranguladora, una asesina? Quizás. Porque cuando me miro, me automiro, me inmiro, me sigo viendo borrosa. Porque solo voy de una en una, ahora soy, ahora siento, ahora pienso y ahora hago. Y si siento, no pienso, y si hago no soy. Y llevo mucho tiempo con el oficio de hacedora y ha llegado el momento de despedirme de este trabajo y dedicarme a otro, ¿no? Dejar de hacer y empezar a pensar. O dejar de hacer y empezar a sentir. O dejar de hacer y empezar a ser. No sé. Me duelen las manos, el cuerpo y los pies de tanto trabajar en este oficio que me martiriza y que sigue sin satisfacerme. Y no me satisface, básicamente, porque había olvidado que en la unión de esas 4 cosas es donde se encuentra (supongo) lo que estoy buscando (aunque ni siquiera sé qué es). ¡Qué difícil, vuelvo a repetir, qué difícil! 

Pero ha llegado el momento, sí, ha llegado el momento de despedirme del trabajo y de enfocarme hacia nuevos quehaceres (haceres, otra vez). Coger aire, respirar, cerrar los ojos y adentrarme un poco hacia mí misma. Para reencontrarme, reencontrarme no con la mujer que no deja de correr sino con la otra, la que está ahí, sentada junto a la chimenea, con un libro en la mano y esperándome con una taza de café bien caliente. 



diumenge, 11 de gener del 2015

Tela blanca

Y eso que a veces sólo hace falta que te mires al espejo, al espejo interior, el espejo ese que tanto cuesta encontrar, para darte cuenta de qué cara tienes. Yo ayer me vi, vi mi cara, vi el color de mi piel, vi el aspecto de mis entrañas y no me reconocí. Es así de sencillo. No me reconocí. Entonces, subí un poco la mirada porque quería verlos a ellos, quería ver a mis dos ojos negros, quería ver su brillo, quería ver su intensidad, su forma, su luz. Y me encontré un trozo de tela blanca sobre ellos. Blanca porque el blanco es capaz de deslumbrar. Blanca porque el blanco es capaz de cegar. Blanca porque el blanco es el color que me vuelve loca, anonadada, algo así como drogada. Alcé mis manos hacia aquella tela blanca blanca tela que cubría mis ojos e intenté quitármela de ahí. No pude. Debería estar pegada, incrustada, con alguno de los fluídos que salen de nuestros cuerpos, sudor, lágrimas, suciedad. Estaba ahí, integrada en mi piel como si fuera una extensión de mi cara, una extensión natural de mí misma. Pero yo sabía que no lo era. Yo sabía que, debajo del blanco, estaba el negro, estaban mis dos ojos negros. Así que saqué las uñas, como una gata, como una leona, saqué unas uñas que tenía ocultas debajo de mi piel y arranqué aquel trozo blanco con arañazos, sangre y heridas que aún supuran abiertas. 

Y ahora me duele. Me duele la cara, me duelen los ojos, me duele la mirada. Me duele pero me da igual. Porque ahora puedo ver qué hay a mi alrededor. Ahora puedo entrar en mi espejo y ver que mis ojos están preparados para captarlo todo, para entenderlo todo, para aprehenderlo todo. Abiertos, listos, preparados. Pero ahora queda lo más complicado, sí, ahora queda ver, entender y aprender. Sin vendas, sin tapujos, sólo con mis ojos negros vacíos de nada y llenos de todo. 


dilluns, 5 de gener del 2015

Jugando al amor

Cada mañana, con la salida del Sol, una sonrisa nueva. Te pones de pie junto a la cama, empiezas a correr por la habitación y te transformas en los animales más dispares de la Tierra. Has sido pingüino, has sido cocodrilo, incluso has sido un pez fuera del agua. Y el motivo de tu transformación es tan sólo uno: conseguir que, como el Sol, amanezcamos cada día brillantes, enérgicos, rebosantes de vida. Y me encanta. Me encanta porque sólo tú eres capaz de hacerme sentir que protagonizo una película romántico-empalagosa pero que tan bien sientan protagonizar, aunque sólo sea a ratitos en la vida real. 

No sé. Quizás son detalles tontos los que me hacen sentirme así. La manera que tienes de abrazarme, estrujarme fuerte para conseguir abrirnos y colarnos adentro, ¿te acuerdas? Mitigo, te dije una vez. Mitigo sigues diciéndome ahora. Por mucho que pase el tiempo, siempre guardamos ese ratito, ese momento en el que alzamos las manos, nos miramos desde la puerta y empezamos a trotar como caballos por la casa hasta llegar a la cama, siempre la cama, nuestro sitio favorito de todos, nuestra cueva mágica. 

Y fue algo tan sencillo, algo tan fácil como cambiar nuestro tono de voz, mirarnos con ojos de niños  y querernos, querernos mucho, querernos tanto que por encima nuestro pueden caer rayos, huracanes y fuertes tormentas pero nuestras bocas nunca dejarán de sacar esa voz, esa vocecita que sale de tan adentro, de tan lejos y tan cerca a la vez, una voz que yo, al menos, creía más que perdida y ahora, gracias a ti juego con ella, juego contigo, juego con tu yo de hace años y juego con mi yo de hace años. Y juntos jugamos a ese algo que se llama amor y que, con solo la voz de adultos, no sabemos cómo jugar. Pero si mezclamos las dos voces, la de ahora y la de ayer, conseguimos vivir el amor, esa palabra tan elocuente, de una manera inocente, de una manera divertida, de una manera que es capaz de hacer aparecer animales como pingüinos o cocodrilos en una habitación de Barcelona.