dijous, 23 d’abril del 2015

Yo no quiero ser princesa

Cuenta la leyenda que el caballero Sant Jordi rescató a una bella princesa de las garras de un temible dragón. De la sangre de este animal salió una preciosa rosa que Sant Jordi le regaló a la princesa en señal de su verdadero amor. Este es el motivo por el que el 23 de abril de cada año, los caballeros les regalan una rosa a las princesas. Pero ¿qué pasa si una no quiere ser princesa? 

Ya que hablamos de una leyenda, una historia ficticia, un simbolismo romántico, ¿por qué no le damos un toque diferente y personal? Así que animo a que cada una de las noprincesas que haya repartidas en el mundo reivindique su propia historia de Sant Jordi, decida qué es lo que quiere ser y cómo quiere que se desarrolle la historia. ¿Queréis que os cuente la mía? Aquí va. 



No era ni un país remoto, ni una ciudad encantada, ni un valle misterioso. No. Esta noprincesa estaba, en realidad, en un lugar húmedo, repleto de colores y con un silencio abrumador que invitaba a descansar y a disfrutar de la vida bajo el mar. Sí. La noprincesa era una sirena, una bella mujerpez que vivía bajo el océano y se pasaba su vida nadando junto a otros animales. 

Pero, hubo un día en el que su aleta se quedó encallada con un trozo de metal que se encontraba junto a la playa. A la sirena le encantaba acercarse a la orilla del mar para ver ese efímero momento en el que el agua mostraba sus pies; el romper de las olas eran los pies del agua, el lugar en el que el mar llegaba a su fin, y  lo hacía con un oleaje calmado, sereno y blanquecino. Pero aquel día, este momento tan plácido quedo roto por la incursión de un objeto metálico que estaba en el agua. Y la cola de la mujerpez se quedó encallada.



Pasaron días y más días sin que la bella sirena pudiera moverse de la playa. Aquel objeto se le incrustó muy adentro y no le dejaba moverse sin sentir un profundo dolor en su cola. Cada día estaba más débil, cada día estaba más cansada, cada día estaba menos esperanzada. Aquella lata que estaba en el mar se le había clavado muy adentro y no la dejaba ni respirar. ¿Desde cuándo hay latas en el mar?, se preguntaba la preciosa sirena entre perlas de agua que le caían mejillas abajo. 

Entonces, cuando la mujerpez estaba a punto de darse por vencida, oyó cómo algo chapoteaba en el mar. Abrió los ojos y vio que era una mujerpájaro que venía nadando con una sonrisa en los labios. Sin decir nada, la mujerconalas liberó a la sirena y metió la lata en una bolsa que le colgaba del pico. "Estoy limpiando las aguas de todo el mundo porque las latas no tienen que estar en el mar". Y se fue volando entre las nubes y las estrellas. 


La sirena empezó a mover su dañada cola con cuidado para ver si podía moverla y, entonces, de la sangre que había perdido aquellos días, aparecieron dos preciosas alas blancas, unas alas que, si te las ponías en la espalda, te llevaban de inmediato al azul del cielo. 


diumenge, 19 d’abril del 2015

Y volver

Y volver. Volver después de poco tiempo pero volver al fin y al cabo. Solo cuando te marchas, cuando desapareces de tu mapa habitual durante un tiempo, es cuando te das cuenta de que eso sobre lo que hablaba Cortázar es palpable. Mientras el autor perseguía a su perseguidor hablaba de la relatividad del tiempo, del tiempo que se piensa, del tiempo que se vive, del tiempo que se trabaja, del tiempo que se ama. Son tan diferentes entre síes que incluso asusta. Y cuando te vas, cuando te despides temporalmente de tu yo de aquí, es cuando notas cómo ese tictac se vuelve de agua, se escurre entre tus dedos y nada tiene que ver con el otro, el que te despierta cada mañana martilleando los oídos. Absolutamente nada que ver. 



Y volver. Y volver y ver lo mucho que desaprovechas este tiempo aquí. Mientras allí te emocionabas, caminabas, aprendías, leías o, simplemente, observabas, aquí estás viendo los minutos pasar delante de un ordenador, viendo las horas morir delante de un televisor, viendo sin ver la vida mientras caminas por las calles de tu ciudad como una autómata a la que le han dado una cuerda infinita y que no sabe cuándo va a parar. 

Por eso, después de esta vuelta a casa, después de haber vivido tanto durante tan poco tiempo, después de haberme dado cuenta de la inmensa razón razón inmensa que tenía ese genio argentino, decido que aquí también quiero vivir. Quiero vivir con los ojos abiertos, la mente despierta y mis pies listos para caminar loquehagafalta. Sentir el calor, el frío, la lluvia y el barro en mi cuerpo y dejar de refugiarme tanto entre las cuatro paredes de mi casa. Viajando sin viajar, viajando por mi ciudad, viajando con la gente, tener la mente viajando para sentir que la vida va contigo de la mano. 



Y es que, si no se vive así, si no se vive viajando, viajando con los pies, con la mente, con los ojos, si no se hace así, la vida pierde un poco de color, se destiñe y se hace vieja.