dilluns, 5 de gener del 2015

Jugando al amor

Cada mañana, con la salida del Sol, una sonrisa nueva. Te pones de pie junto a la cama, empiezas a correr por la habitación y te transformas en los animales más dispares de la Tierra. Has sido pingüino, has sido cocodrilo, incluso has sido un pez fuera del agua. Y el motivo de tu transformación es tan sólo uno: conseguir que, como el Sol, amanezcamos cada día brillantes, enérgicos, rebosantes de vida. Y me encanta. Me encanta porque sólo tú eres capaz de hacerme sentir que protagonizo una película romántico-empalagosa pero que tan bien sientan protagonizar, aunque sólo sea a ratitos en la vida real. 

No sé. Quizás son detalles tontos los que me hacen sentirme así. La manera que tienes de abrazarme, estrujarme fuerte para conseguir abrirnos y colarnos adentro, ¿te acuerdas? Mitigo, te dije una vez. Mitigo sigues diciéndome ahora. Por mucho que pase el tiempo, siempre guardamos ese ratito, ese momento en el que alzamos las manos, nos miramos desde la puerta y empezamos a trotar como caballos por la casa hasta llegar a la cama, siempre la cama, nuestro sitio favorito de todos, nuestra cueva mágica. 

Y fue algo tan sencillo, algo tan fácil como cambiar nuestro tono de voz, mirarnos con ojos de niños  y querernos, querernos mucho, querernos tanto que por encima nuestro pueden caer rayos, huracanes y fuertes tormentas pero nuestras bocas nunca dejarán de sacar esa voz, esa vocecita que sale de tan adentro, de tan lejos y tan cerca a la vez, una voz que yo, al menos, creía más que perdida y ahora, gracias a ti juego con ella, juego contigo, juego con tu yo de hace años y juego con mi yo de hace años. Y juntos jugamos a ese algo que se llama amor y que, con solo la voz de adultos, no sabemos cómo jugar. Pero si mezclamos las dos voces, la de ahora y la de ayer, conseguimos vivir el amor, esa palabra tan elocuente, de una manera inocente, de una manera divertida, de una manera que es capaz de hacer aparecer animales como pingüinos o cocodrilos en una habitación de Barcelona. 





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