divendres, 17 de juny del 2011

Do you need anybody? I need somebody to love.

Muchas veces paseábamos por la montaña. A mí me encantaba el olor de la hierba y el ruido de las pierdas al pisarlas con los zapatos. Y me gustaba el sonido de la montaña. El silencio-sonido que percibía cuando se movía entre aquel mundo. Es extraño lo mucho que cambia la concepción del tiempo cuando estás en la montaña. Es distinto. No es el mismo con el que desayunas, te peinas y te vas a trabajar. No. Es otro. Ni mejor ni peor. Otro. Y a mí me encantaba notar la relatividad del tiempo. Iba a la montaña para eso, para descubrir otros ritmos del mundo. Y le llevé para que él también lo descubriese. Pero él no pareció percatarse de nada. Es más, parecía aburrido, con ganas de volver, ¿Volver a dónde?, A casa, Ah, ¿que no estamos en casa ahora?, Bueno, digo allí, a la ciudad. Entendió que no había entendido y quizás no entendería nunca.

Aquella noche me fui a la cama con una sensación extraña, como violenta. Me escondi bajo las sábanas y me puse a cantar, bajito, canciones de mi infancia. Eso me reconfortaba, me hacía sentir bien. Y entre canción y canción oí un golpe en la puerta. Alguien llamaba. ¿A esas horas? Me levantó, intrigada, y tras la puerta me encontró con él que me traía un pastel de limón con nata.

Le dejé pasar en secreto, y lo colé en mi habitación. Comimos el pastel, nos comimos a nosotros y él se durmió con los dedos pringados de limón. Me levanté, fui al baño y me lavé las manos. Estaba triste. Acababa de descubrir que a él no le gustaba el chocolate, prefería los gustos ácidos, como el del limón. Pero al meterme en la cama y verle dormido pensé ¿Qué más da? y me senti estúpida y pequeña al ponerme triste por tonterías como el sabor de un pastel. Me tumbé a su lado y dormí abrazada a sus manos de limón.

A la mañana siguiente, me levanté y me fui corriendo a vomitar al lavabo de mi madre, así él no me oiría haciendo ruido.