dijous, 8 de novembre del 2012

Restaurador


Y te has metido hondo, muy hondo, tan hondo que parecía que surcabas ese barquito pequeño y destartalado que se había perdido en mi mar. Y ¿sabes qué? Creo que lo has encontrado. De hecho, creo que ya lo habías encontrado hace tiempo y yo creía que él seguía por allí flotando a la deriva, sin rumbo ni destino prefijado. Pero no. Tú ya lo tenías contigo  y lo estabas arreglando con besos, caricias y sonrisas llenas de girasoles.

"He entrado dentro", me has dicho justo después de. Me lo has dicho porque no sabías si me había dado cuenta, no sabías si la manera que has tenido de entrar me había hecho daño, molestado o gustado. He adivinado un interrogante en tu pupila mientras me decías esas palabras. "Lo sé", te he dicho y he apretado los dedos de tu mano. Si quieres que te sea sincera, en ese momento estaba descubriendo todo eso del barco, estaba descubriéndote en mí, estaba viéndote como un restaurador de muebles, de muebles acuáticos capaces de desafiar las reglas del mundo, y no sabía qué cara poner, qué decir ni qué sentir. Sólo quería apretarte fuertefuertfuerte la mano.

Y ahora. Ahora te recuerdo en mí. Ahora recuerdo la manera que has tenido de buscar en mi interior, de acariciar mis entrañas, con un paso lento, pausado, tan y tan a poco a poco que pensaba que me moría de placer. Y yo, ante tu pureza, ante ese nózaroc con las ventanas tan abiertas, no he sabido hacer nada. Absurdamente nada. Y ahora, ahora lo entiendo todo. Esta noche has creado una sinfonía, la sinfonía de tu cuerpo y el mío.

Verde


Verde, verde, verde. Todo se tiñe de verde. Verde esperanza ¿quizás? Verde mierda, más bien. Pero me siento bien. Aquí, en este mundo coloreado de verde, me siento bien. No pienso en futuro, pasado ni presente. Estoy aquí y da igual lo que eso signifique o deje de significar. A medida que avanzo por el suelo, éste se pinta de color verde. ¿Estaré contaminada? Una baldosa, dos baldosas, tres baldosas. Verde. Soy capaz de pintar el mundo de este color que no sé si es bueno, malo, si huele bien, o mal, si me augura una buena vida, o mala.

Pero he dado un paso, un paso en falso, un paso que ha hecho tambalear mi cuerpo. Y me he caído al suelo de baldosas que, de repente, se ha convertido en una manta negra, oscura y fría. Miro a mi alrededor y veo que la oscuridad se ha convertido en el color de las paredes antes verdes. Ando, ando, ando, ando, ando, desesperada, ando para intentar recuperar ese verde que ya no existe y no tengo ni idea de dónde ha ido a parar. ¡Verde!, ¿dónde estás? Pero el silencio invade el espacio oscuro en el que ahora me encuentro. Y el frío cada vez es mayor y tiemblo, tiemblo, tiemblo, esperando a que venga alguien, noséquién, a taparme con una manta que sea de cualquier color menos negro.

Me tiro al suelo. Noquieroestarsolanoquieroestarsolanoquieroestarsola. Cierro los ojos. Noquieroestarsolanoquieroestarsolanoquieroestarsola. Empiezo a llorar. Noquieroestarsolanoquieroestarsolanoquieroestarsola. Silencio. Oigo mi respiración agitada. Saco la lengua y saboreo el gusto de mis lágrimas. No son saladas. Son dulces. El sabor salado nunca me ha gustado y, en este mundo, puedo hacer que lo salado sea dulce. Así, sin más. Porque sí. Porque este mundo es mío. Completamente mío.

Abro los ojos y me encuentro con que el mundo ya no es negro. El color verde vuelve a aparecer sigilosamente, como si fuera un niño pequeño arrepentido de haberse ido. Sonrío. Sonrío porque veo que soy fuerte. Sonrío porque veo que, aunque el negro me ataque, soy más fuerte que él. Y para combatirlo, sólo tengo que recordarlo.