dimarts, 30 de desembre del 2014

maripájaro



Y esas mariposas que a veces te corren por el cuerpo sin saber por qué. Y no hablo de amor, no, hablo de emociones, hablo de sentimientos, hablo de,  simplemente, la ilusión de estar aquí, de tocar el aire, de beber agua fría y de acariciar a un gato. Es simplemento eso, las pequeñas cosas de cada día las que consiguen que me aparezcan esas dichosas mariposas en el cuerpo. ¿Por qué mariposas? No lo sé, la verdad que a mí siempre me han dado un poco de asco las mariposas, siempre he creído que eran gusanos con alas y antenas. Así que, voy a cambiar la expresión: en lugar de mariposas voladoras, hablaré de pájaros, sí, los pájaros que se cuelan por tu boca cada vez que ríes y que salen hacia afuera cada vez que lloras. Esos pájaros que recorren gota a gota tu sangre, que te hacen cosquillas cuando corres y que sientes su aleteo, su aleteo fuerte, cuando algo te emociona. Una tormenta, una mirada, una palabra. Somos susceptibles al aleteo de nuestro pájaro aunque haya gente que lo tenga encerrado en una jaula interior, una jaula de arterias, huesos y tendones. El pájaro debe volar, mover las alas y volar alrededor del mundo. Eso es lo que debe hacer un pájaro. Y mi pájaro lo hace, lo hace tanto que incluso, durmiendo, puedo notar cómo sus alas acarician mis pestañas. 

Mi pájaro se mueve cada día más, eso me gusta. Hace un tiempo estaba inmóvil, creía que estaba muerto. No había nada, apenas nada, que fueran motivo para que él se pusiera a mover las alas. No sé qué es lo que fue. Puede que fuera la tormenta que había siempre sobre mi cabeza, la hormiguita que siempre se movía en mi nariz o mi cabeza que estaba vacía de pensamientos. No sé qué fue. Pero sé que eso pasó, eso pasó porque él, un día, movió las alas. Quizás yo me encontraba sobre un escenario o quizás me encontraba, simplemente, en los brazos de mi madre viendo una película. No sé qué es lo que lo ocasionó pero le apeteció volver a agitar las alas. Y me recordó el placer que me llegaba a dar ese aleteo, esas caricias internas que sólo un pájaro puede hacer. 

Y ahora no para. Mi pájaro no para. No hace falta que ocurra nada emocionante, no hace falta que alguien se case, que alguien me diga que me quiere o que vea un precioso atardecer. Ahora él vuela todo el día, por lo que sea, vuela por un sabor dulce en mi boca, por un olor que me recuerda a mi pueblo, por un recuerdo bonito que aparece, así, de repente, en mi memoria. Y eso es bonito. Ver que he sido capaz de curar a mi pájaro es de lo más bonito.



dimarts, 23 de desembre del 2014

Delante del espejo

¿Sabes qué pasa? Que parece que cuando te miras al espejo, cara a cara, ojos a ojos, es cuando menos ves de ti misma. Y la verdad es que no lo entiendo. No entiendo por qué si me miro no puedo ver lo que soy, aquella que anda por la calle, aquella que está todo el día dándole que te pego a la cabeza.  Cuando me encuentro con esos puntos marrones, esos círculos extraños que me miran con aspecto de interrogante es cuando menos me veo y más raro y absurdo me parece todo. Entonces llega esa parte de mí, de hace tantos y tantos años, que llama a la puerta de mi conciencia y me pregunta ¿me dejas salir?  

Y me mareo un poco, sólo lo justo para poder abrir la puerta y que ella, mi niña, salga afuera y me dé un par de ostias que me muevan desde las pupilas hasta las entrañas. No sé qué espero cada vez que me miro al espejo, no sé qué espero cada vez que me siento frente a una hoja en blanco, no sé qué espero examinando siempre mi conciencia. Sólo sé que lo único que quiero es que esa niña que a veces sale en mi búsqueda siga conmigo para siempre. Porque me equilibra. Me escupe mi naturaleza más profunda. Y se ríe de mí en mi cara, a carcajada limpia. 

¿Y qué esperabas? Parece que me diga. Pues no lo sé, algo más que este temblor eterno en mi cuerpo. Respondo yo cada vez más y más pequeña. Ella, la niña, está firme como una roca. Yo, la mujer, tiemblo al mirarla cara a cara, ojos a ojos. Qué estúpido es esto de hacerse mayor, ¿no? 


dissabte, 22 de març del 2014

Volver

Vuelvo. Es curioso lo fácil que podemos dar una vuelta y desaparecer. Parece que estemos en un río con mucha mucha mucha mucha corriente y nos arrastre día a día, hora a hora, minuto a minuto, hacia nuestro destino, si es que hay destino. No sé. Ahora abro los ojos y me doy cuenta de que me había quedado un poco atrás, allá arriba, donde el agua aún está mansa, tranquila y apetece mojar las puntas de los pies. Pero mi cuerpo estaba lejos, muy lejos, casi en la otra punta del movido río que me había hecho bajar muy rápido, demasiado. 

Y ahora es como, si de repente, me doy cuenta de lo separada que llego a estar. Y no quiero. Quiero estar allí arriba, con mi yo más yo y nadar contracorriente por este río de aguas caudalosas. Lo conseguiré. Lo conseguiré porque aunque vivamos en un mundo en el que la corriente te obliga a moverte sin tener tiempo, siquiera, a pensar, yo he encontrado un segundo para pensar. Y en ese segundo ha sido cuando me he dado cuenta que estaba separada y que tenía que volver hacia atrás. Y ahora es lo que hago. 

A contracorriente para buscar esa parte de mí que aún no había encontrado las fuertes aguas. A contracorriente para sentarme sobre una piedra, mirar los peces nadar y dejar que el sol me caliente la cabeza. A contracorriente porque necesito estar junta otra vez. A contracorriente porque quiero mirar el río y saber que puedo luchar contra él.