dijous, 2 de setembre del 2010

La fille du soleil


El sol de mi sueño tenía el cielo amarillo, el aire amarillo, el agua amarilla, las hormigas amarillas, los hipopótamos amarillos, los bostezos amarillos. Era un mundo de color amarillo. Había casitas amarillas, árboles amarillos, columpios amarillos, niños amarillos, todo amarillo. Ningún adulto vivía entre las tierras solares, no había escuelas, ni verduras, ni pescado, habían golosinas, juguetes, piscinas, pelotas y niños, todo niños. Era el paraíso de los niños. Y yo no quería despertar de mi sueño. Pero por las mañana, mi madre venía con un vaso de leche, me daba un beso y me acompañaba a la puerta del colegio donde los profesores hablaban de matemáticas, naturales y demás lenguajes extraños que los niños solares desconocían y yo quería también desconocer.

Durante muchas noches volaba hacia el Sol y jugaba con los niños amarillos a la rayuela, a saltar la cuerda, al pilla-pilla, al escondite, cantábamos, bailábamos, nos bañábamos en las piscinas de aguas amarillas, nos llenábamos las barrigas de golosinas amarillas y descansábamos con una sonrisa de boca de melón, una sonrisa que sólo los niños solares y yo somos capaces de dibujar.




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