dimarts, 7 de febrer del 2012

BlancoRojo




Me desperté con una sonrisa de melón. El aire olía a café recién hecho. El sol calentaba mis pies. Y él ya no estaba a mi lado. Estará en la cocina pensé y sonreí de inmediato al imaginarlo con mi delantal de corazones y su poca destreza en el arte de las tostadas. Me desperecé y fui al baño. Tengo la manía de lavarme los dientes antes de desayunar.

Entonces, vi la sangre.

Estaba allí, en el suelo, desparramada y asquerosa. Aún estaba húmeda y pude percibir cómo todavía hervía el calor de la vida. Pero entre los grumos rojos percibí algo que no era rojo. Una pluma. Sí. Entre toda la sangre había una blanca y majestuosa pluma. Me asusté. Aquel colorsincolor en medio de tanto rojo, me asustó. Así que empecé a correr siguiendo el rastro del olor a café. Como un perro. Un perro asustado que quiere encontrar a su amo.

Y allí estaba él.

Con el delantal de corazones manchado de sangre y sentado en el sofá. Vi el cuchillo entre sus dedos. También se burlaba de nosotros con montones de plumas blancas entre aquella locura roja. Me senté a su lado y le cogí la mano. Ni siquiera me miró. No le dio tiempo. Inmediatamente vi que su espalda estaba llena de heridas, cortes y plumas blancas. Grité. Como una loca. Las dos alas estaban tiradas en el suelo. Pisoteadas. Malheridas. Él temblaba, temblaba y no me miraba. Me acerqué, las cogí y envolví su cuerpo rojo de sangre con la blancura de aquellas plumas. Le besé. Me besó. Y las alas volvieron a posarse en su espalda llenas de vida y hermosura.

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