dimecres, 18 de maig del 2011

Pececito.


Ya lo decían: después de la tormenta siempre llega la calma.

Y ahora estoy en un mar manso, sin olas, sin ruido. Pero aunque por fuera esté todo tranquilo, dentro de mí, el pececito sigue nadando violento, con ganas de estallar, de salir de la pecera y alcanzar eso que llamamos libertad. Porque por mucho que esté quieta, sonriente y responsablemente correcta, sigo estando atada. Y no puedo desatarme porque, en el fondo, no quiero desatarme. Atada a ti.

Mi pececito interior es como el Pepito Grillo para Pinocho: una parte de consciencia en la subconsciencia. Como los sueños. Mi pececito me grita la verdad de mi deseo. Pero el miedo y el amor lo tienen encerrado en la pecera y, si pueden insonorizarla, mejor.

Llegará un día en que, de tanto chocar contra el cristal, lo rompa y vuele afuera. Un pez volador.

Entonces, me llevará con él y me desharé, porfin, de las cadenas que me impongo sin saber por qué lo hago ni por qué no las rompo de una puta vez y me dejo llevar por la vida, por el sol, por la alegría, dándole la mano a mi pececito.

1 comentari:

  1. Y si la pecera realmente no existe... ¿Te imaginas?

    Y es en ese momento que el pez echa a nadar, decidido a estamparse contra el cristal para romperlo, pero no... no se rompe, sigue nadando, sigue nadando, ¡sigue nadando! Y la sonrisa de su cara cada vez es más grande.

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