dimecres, 8 d’agost del 2012

Recuerdos de alguien

Recuerdo que  yo tenía tan sólo nueve años. Estábamos en el parque del pueblo, junto al lago. No era uno de esos días preciosos ni de postal, más bien era uno de esos días en los que apetece estar en casa, tapada y tomando una taza de leche caliente. Pero estábamos allí. Solas. Mirando cómo los patos nadaban tranquilamente sobre el agua, como si no pesaran nada, suspendidos sobre el material extraño del agua que, si lo tocas, se escurre entre los dedos. Y allí estaban ellos, majestuosos, nadando sobre el agua y demostrándonos lo lejos que estamos de la comprensión de la naturaleza. Nosotras allí éramos simples espectadoras del funcionamiento del mundo. Y las dos estábamos fascinadas. Estuvimos como quince minutos mudas, mirando hacia el lago que tantas veces habíamos visto pero al que nunca habíamos clavado los ojos con la fuerza de una atenta mirada. Y nuestra fuerza se había convertido en un imán, un imán capaz de acallar cualquier palabra vacía que en ese momento podríamos haber dicho. Era inútil intentarlo. El silencio eran las mejores palabras para describir ese momento.

Fue ella, con un estornudo, la que rompió la conversación insonora entre nosotras y la naturaleza. Sonrió con timidez, sabiendo lo que había hecho, y me cogió de la mano. La tenía fría y caliente, todo a la vez. Los dedos congelados pero la palma ardiente. Se levantó del suelo, me miró, volvió los ojos al lago y se puso a cantar. Lo hizo así, sin motivo, sin lógica y sin vergüenza. Se puso a cantarle al agua como si fuera su hija pequeña, como me cantaba a mí por las noches antes de dormir. Sentí cómo yo desaparecía, momentáneamente, de su mundo, de ese instante que conformaba su presente. Ella estaba sola con el lago.

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